«Santa Maria de Guadalupe: La primera misionera del continente americano»

La historia de la evangelización en América no puede comprenderse sin la presencia de la Virgen de Guadalupe. Su aparición en 1531 en el cerro del Tepeyac, en lo que hoy es la Ciudad de México, marcó un antes y un después en la fe de un continente entero. La Virgen Morenita se convirtió en la primera gran misionera de América, uniendo culturas, lenguas y corazones bajo un mismo mensaje: amor, esperanza y fe.

Misioneros. Foto: Fray Foto/Cathopic

Este gesto no solo mostró cercanía y comprensión, sino que también dignificó la cultura indígena, al elegir como mensajero a un hombre sencillo del pueblo y hablarle en su idioma. En pocas décadas, millones de personas abrazaron la fe cristiana, no por imposición, sino atraídas por el amor maternal de la Virgen de Guadalupe.

La misionera de todo un continente

La devoción a la Virgen de Guadalupe no tardó en extenderse más allá de México. Su imagen viajó con misioneros, peregrinos y migrantes, llegando a Centroamérica, Sudamérica y, con el tiempo, incluso a Europa y Estados Unidos.
Fue declarada Patrona de América por San Juan Pablo II en 1999, y su santuario en la Basílica de Guadalupe es hoy uno de los centros de peregrinación más visitados del mundo.

Instituto Superior de Estudios Guadalupanos | ISEG

Una misión que continúa

A casi 500 años de su aparición, la Virgen de Guadalupe sigue siendo faro de fe para millones. Su mensaje sigue vigente: acoger al necesitado, unir a los pueblos y recordar que Dios está cerca de su pueblo. Como verdadera madre y misionera, ella no solo anunció el Evangelio, sino que lo encarnó en un lenguaje de amor y ternura.

“¿No estoy yo aquí que soy tu madre?” — Virgen de Guadalupe a San Juan Diego (1531)

Un Llamado al Corazón Misionero

La Virgen de Guadalupe no solo es Madre y Reina de México y de América, sino también una misionera incansable que sigue recorriendo los caminos de nuestros pueblos, tocando corazones y encendiendo la fe. Hoy, su mirada amorosa nos invita a renovar nuestro compromiso cristiano: ser portadores de esperanza, mensajeros de paz y testigos vivos del amor de Dios.

Aceptar este llamado es más que una devoción: es una misión. Sigamos su ejemplo, llevémosla en nuestro corazón y hagamos de cada encuentro una oportunidad para sembrar fe y fraternidad. Porque cuando María visita un hogar, un barrio o una comunidad… Cristo se hace presente.

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Nuestros patrones
San José

San José fue el esposo de la Virgen María y el padre adoptivo de Jesús. La Biblia nos lo presenta como un hombre bueno, justo y trabajador. Era carpintero y artesano, y con su esfuerzo cuidó y sostuvo a la Sagrada Familia.
Su vida nos enseña el valor del trabajo hecho con amor y dedicación, y cómo desde lo sencillo se puede colaborar en los planes de Dios.
San José es patrono de toda la Iglesia, y también es copatrono de nuestra Congregación, las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento. Desde los inicios, Madre María Inés lo eligió como protector de esta obra misionera, confiando en su ayuda y guía para acompañar a los misioneros en su camino.
Hoy seguimos sintiendo su cercanía, su silencio lleno de fe y su protección como padre amoroso.

Nuestros patrones
Virgen de Guadalupe

La Virgen de Guadalupe se apareció en 1531 a Juan Diego, un hombre sencillo y creyente, en el cerro del Tepeyac (hoy parte de la Ciudad de México). Le pidió que se construyera un templo en ese lugar, como muestra de su amor y cercanía con su pueblo.
Desde entonces, la Virgen de Guadalupe es una madre muy querida, especialmente por los pueblos de América Latina. Ella es un símbolo de consuelo, esperanza y ternura para quienes confían en su intercesión.
Para nosotras, las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento, la Virgen de Guadalupe tiene un lugar muy especial. El 12 de diciembre de 1930, durante su profesión religiosa, nuestra fundadora Madre María Inés Teresa vivió una experiencia espiritual profunda: sintió en su corazón que la Virgen le prometía acompañarla en su misión y darle las gracias necesarias para tocar los corazones de muchas personas
Desde ese día, María de Guadalupe es nuestra patrona y madre espiritual, y sabemos que camina con nosotras en cada paso de nuestra vocación misionera.

Alegría

La alegría es una marca que queremos llevar siempre. Nuestra sonrisa no es solo por fuera, es una expresión de lo que sentimos por dentro: una gratitud profunda por ser llamadas por Dios y amadas por Él. Esa alegría brota de sabernos suyas, de saber que nuestra vocación es un regalo.

Eucaristía

Para nosotras, Jesús en la Eucaristía lo es todo. Él es quien nos guía, quien nos ama y nos da fuerza. La misa, la adoración, y todo lo que rodea al Santísimo Sacramento es el centro de nuestra vida. Es el alimento que nos nutre el alma y el corazón.

Mariana

Tenemos un cariño muy especial por la Virgen María. Ella es nuestra Madre, nuestra guía y nuestro refugio. En especial, reconocemos a la Virgen de Guadalupe como nuestra patrona. A Ella le confiamos nuestros sueños, nuestras misiones y la conversión de las almas.

Misionera

Nuestra forma de ser misioneras no siempre es viajando o predicando con palabras. Muchas veces nuestra misión es rezar, ofrecer sacrificios y estar disponibles para ayudar en la conversión de los corazones. A través de la oración y el servicio, buscamos acercar a las personas al amor de Dios.

Sacerdotal

Sentimos que Jesús nos invita a seguirlo muy de cerca, como lo hizo en su vida pública, entregándose completamente a los demás. Nosotras también queremos vivir así: dándonos sin reservas y agradeciendo la oportunidad de ofrecer nuestra vida por amor, igual que lo hizo Él. Queremos ser una especie de «ofrenda viva», unidas a Jesús Sacerdote, para el bien de todos.